¿Cómo suenan los iglús?

Una tendrá que ir adelantando uno de esos viajes pendientes o soñados para poder adentrarse en un iglú y conocer en vivo, no solo el frío que sobre la piel se sentirá en su interior, sino también sus ecos, sus sonidos, su acústica. De momento, una deberá conformarse con el viaje de la lectura a través de La acústica de los iglús, ese libro de cuentos de Almudena Sánchez (Caballo de Troya, 2016), de la que hace ya un tiempo venía escuchando bondades que han sido amplificadas tras la publicación Fármaco en 2021. Como una especie de eco con este último libro se podría leer una de las dos citas introductorias del anterior libro de relatos, la de Natalia Ginzburg: “Hay algo de lo que no nos curamos, y pasarán los años y no nos curaremos nunca”. La otra cita será de Eloy Tizón, a quien también dedica un cuento: “Hablar es un acto de desesperación”. Tizón y Sánchez, entre otras cosas, tendrían en común el haber quedado finalistas del Premio Setenil en alguna de sus convocatorias (lo cual, para una, ya es una garantía).

Así, aunque aún no pueda saber a qué suena un iglú, sí he captado la música de los ocho cuentos unidos por el libro y por el estilo o el compás de las palabras y las frases. Pero los sonidos, si penetran y se corporeizan, también pueden construir y evocar imágenes, como las que nos sorprenden en cada uno de esos relatos, que mantienen un considerable equilibrio entre ellos también en calidad: “La señora Smaig”, “El frío a través de los engranajes”, “Apuntes desde la bóveda celeste”, “El nadador del Hotel Minerva”, “El arte incrustado”, “Eclipse”, “Compostura: la línea imaginaria”, “El triunfo humano”, “Cualquier cosa viva” y, finalmente, “Introducción al relámpago”.

Las historias, originales en sí mismas, ganan en riesgo especialmente gracias al desvío de sus finales, que no son ni abiertos, ni falsos, ni abruptos, sino que, saliéndose por la tangente, acaban enfrentándonos a lo de verdad importante. Pero también sus personajes son todos singulares: una convaleciente en cierta simbiosis con la Señora Smaig comenzará a comunicarse con los animales; una niña viajará con su hermano y su madre hacia un no-lugar huyendo de algo en una furgoneta; una joven compartirá sus notas escritas desde el espacio; una adolescente deseará nadar y sumergirse como un extraño hombre del hotel; otra conocerá la literalidad sangrienta y corpórea del arte incrustado gracias al contacto con otra joven… Entonces suspenderá la primera persona del singular por un momento, el que dure el siguiente cuento, la historia de una pareja que en la ancianidad logrará saber lo que es un eclipse humano desde una aeronave. Tras ese paréntesis, argumental y técnico, volverán las historias en primera persona y en femenino: la de quien experimenta una nueva y poética literalidad, la de las líneas imaginarias que atraviesan cuerpos y mentes; la de quien acaba siendo convencida para irse de crucero con su amiga soltera (y suicida); la de quien parece enamorarse de una cosa que no está viva; y la de quien conoce de cerca los relámpagos de la cámara fotográfica de su nuevo novio y, con ellos, la revelación.

Además de las narraciones homodiegéticas y originales, se redunda en la enfermedad, en la música, y también, por ejemplo, en la recurrencia a nombres de la literatura clásica y medieval. Desde luego, se oyen campanas, las campanas de una fiesta literaria que se alargará más allá del primer libro. Estaremos preparados.