Ocio y negocio, ya se sabe, pueden unirse en matrimonio. Ahora que casan la preparación de un viaje a México y una investigación sobre lo ejemplar y la narrativa breve, acudo a un libro sagrado del microrrelato avant la lettre, el de Crímenes ejemplares (1957), de Max Aub, cuyo prólogo ya marca el tono macabro, pero irónico y comprometido.
En ocasión de esta (re)lectura me quedaré con el crimen más literario del elenco, microtexto alguna vez presentado como ejemplo ante mis estudiantes en la universidad:
«Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro».
Aunque lo he rescatado en su primera edición en España, que fue la de Lumen en 1972 (el mismo año en que murió el escritor), su interés justifica las recientes reediciones que siguen con la línea inicial de acompañar las palabras con imágenes o ilustraciones.
Aub invoca a Quevedo, Gracián y Gómez de la Serna para añadir y recordarnos lo siguiente: «A lo mejor, inconscientemente, éste es un libro político, pero no creo que pase de ser un homenaje a la confraternidad y a la filantropía, sin salir del limbo. Me declaro culpable y no quiero ser perdonado. Estos textos -dejo constancia- no tienen segundas intenciones: puro sentimiento».