En uno de los breves capítulos o fragmentos que componen El absurdo fin de la realidad (Madrid, Ediciones Irreverentes, 2013) de Pedro Pujante leemos:
«Stephen Hawking opina, según leo en Wikipedia, que si no han venido seres del futuro es porque es imposible viajar en el tiempo. ¿Y si los extraterrestres fueran nuestros tataranietos lejanos? Viene mi nieto del futuro y yo esperándolo con un bombín de color gris. Qué extraña es la vida. Y además, sufriendo un salto en el tiempo que ha trasladado a Orentes al verano pasado. Estábamos en otoño y esta mañana el sol inunda de calor mediterráneo las calles de este pueblo miserable. El calendario marca julio. He de apresurarme a inventar una excusa o mi primo Nicanor querrá que le ayude a vendimiar o a recoger melones. Todos los veranos lo hacemos pero no estoy dispuesto a trabajar dos veranos el mismo año. El tiempo se mofa de nosotros, la vida es una jodida broma de mal gusto….
He llamado a Cristóbal, un tío lejano. Lejano porque vive en Sebastopol y me ha confirmado mis temidas dudas: sólo estamos en el mes de julio en este pueblo. En el resto del mundo la vida sigue su curso natural. Y lo peor es que, de momento, yo soy el único que se ha percatado del curioso incidente. Ya había notado en los días previos ciertos desvaríos cronológicos sin importancia. No sólo he estado padeciendo continuos déjà-vus, sueños pseudo-premonitorios, estadios de euforia incontrolados (…)» (pág. 86).
http://www.edicionesirreverentes.com/2099/PedroPujante.html
Intrusa, ajena, extraña al mundo literario de la «cifi», una no puede no reconocer el mérito de una obra que resultó ganadora del I Premio 451 de Novela de Ciencia Ficción. El fragmento escogido ya da cuenta de esas dudas del narrador protagonista que advierte que la temporalidad baila aunque él no cambie de lugar, el imaginario Orentes que, como más adelante se sabrá, sería una pedanía de Murcia. Él se ofrece voluntario para dar el discurso de bienvenida a los extraterrestres que, según los medios y las autoridades, allí van a aterrizar. Bienvenidas así, entre otros pasajes, guiños, etc., hacen de este un plato literario lleno de ironía y metaliteratura, unos ingredientes bien escogidos que invitan justamente a esos paladares poco familiarizados a degustar un libro de ciencia-ficción que, además, vendría a confirmar el buen momento que está viviendo ese género en español (a congresos y publicaciones recientes me remito).
Menos intrusa, ajena y extraña me han hecho sentir esas notas humorísticas y artísticas, pero también la cercanía espaciotemporal, e incluso la personal: si en el post anterior buscábamos alivio a las espinas laborales de un mes de julio sumergido en la espiral burocrática universitaria, en esas líneas medio absurdas y medio distópicas también me he sentido identificada con el protagonista ya que este curso, como él, creo haber vivido dos veces julio, o dos meses de julio, o, en resumidas cuentas, el agobio del final de curso pero multiplicado por dos, una realidad alienante, o, eso sí, extraterrestre.
 
					