Cuando la realidad se parece a la ficción. 121 visiones sobre la pandemia del Siglo XXI.

Entretenidos aún en dimes y diretes sobre si la novela de la pandemia está por llegar, sobre si sólo podrá ser escrita sin acelerones, parece que el microrrelato ha aprovechado para realizar un sorpresivo y digno adelantamiento y llevar la delantera. Así, viene a confirmar que no es sino un género narrativo idóneo para captar lo extraño de la realidad como en una instantánea, en la línea de lo defendido por algunos de sus cultivadores, José María Merino o Ginés Cutillas.

Ambos se dan cita en Cuando la realidad se parece a la ficción. 121 visiones sobre la pandemia del Siglo XXI [Microrrelatos]. En ese libro de microrrelatos, publicado en 2021 por el Ayuntamiento de Molina de Segura (cuyas iniciativas en favor de la literatura y el libro deberían despertar la envidia de otros pueblos y ciudades), coinciden José María Merino con “Confinado” y Ginés Cutillas con “Involución”, a la vez que José Ovejero con “Branquias”, Elena Alonso Frayle con “Coronación”, Clara Obligado con “El último autor distópico es Benito Pérez Galdós”, Fernando Iwasaki con “El paciente cero”, Felipe Benítez Reyes con “Apunte del natural” o Fernando Clemot con “Edad”, entre otros. Pero también se concitan mi antiguo profesor de francés de Francisco Torres Monreal y otros autores cercanos como Antonio J. Ruiz Munuera, Ángeles Carnacea, Miguel Ángel Hernández, Trifón Abad o Manuel Moyano, además de otras personas que yo no sabía que escribían (y que lo hacían con tanto tino).

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Moyano ha sido el promotor de este libro que merece permanecer como un testimonio de ese episodio por nosotros vivido y, también, del vigor del microrrelato a día de hoy. Considero, además, que es un éxito hacer coincidir a tan diferentes escritores. Valga, pues, una muestra de todo ello, tomada del que, a la postre, es uno de los meritorios escritores de microrrelato en español, el propio Manuel Moyano, con el texto titulado “Legión”:

Las civilizaciones se doblegan ante mí. Puedo arrasar imperios. Puedo detener la historia. Puedo sembrar el olvido. Viajo con el viento –como el polen o como tu voz– y nadie me manda. Al igual que los dioses, soy ubicuo. No me importa el tiempo, pero me muevo deprisa. Te aguardo en los pomos de las puertas, en los muebles que usas, en los libros que lees, en la ropa que llevas puesta, en el vaso del que bebes. No puedes verme. No puedes olerme. No puedes oírme. No esperes clemencia de mí. No pretendo nada, sólo ocurro. No pienso en nada, sólo existo. No odio a nadie, sólo destruyo. Ni las estrellas del cielo ni los granos de arena me aventajan en número. Soy uno. Somos muchos. Somos nadie. 

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