«Anoxia», de Miguel Ángel Hernández

El miércoles 25 de enero llegó a las librerías Anoxia (Anagrama), la última novela de Miguel Ángel Hernández. Tengo que confesar que unos días antes ya me la había terminado (la confianza o el enchufe o las prisas es lo que tienen). En solo dos días había llegado hasta la última página, inequívoco síntoma de cuánto me ha gustado y, claro, de lo bien escrita que está. Sus seis capítulos están equilibrados y se permiten giros insospechados, además de que la portada es idónea.

https://www.anagrama-ed.es/libro/narrativas-hispanicas/anoxia/9788433901668/NH_704

Estoy de acuerdo con el escritor cuando afirma (en la entrevista publicada por La Verdad el fin de semana previo a la publicación) que ahora puede decir que ya sabe escribir novelas. Claro, antes sabía y a su éxito me remito, pero opino que el fondo teórico-artístico propio de su literatura, debido a mera deformación profesional como profesor de Historia del Arte, en esta novela se halla mejor cohesionado o amalgamado con la línea argumental. Queda en el fondo del argumento, apenas se aprecia gracias a lo sutil e implícito de su tratamiento, pero no se renuncia a él. Considero que no resultaba fácil casar la reflexión que se encuentra tras las fotografías post mortem con una historia sobre una mujer y, también, con una tragedia natural como fondo, la anoxia sufrida por el Mar Menor debido a las DANAS de hace pocos años (lo que también permite añadir otras lecturas de cariz ecológico y sociopolítico). Por fin este escritor se prueba con un personaje femenino, una mujer madura que se ha quedado viuda, a la que un misterioso anciano le ofrece la posibilidad de ganarse un dinero extra haciendo ese tipo de fotos y a la que el atractivo responsable de un archivo regional quiere seducir. Todos esos inesperados avatares resucitan su sexualidad, pero también el sentimiento de culpabilidad:

“Y el deseo se cumplió.

  Y la culpa ya no se movió nunca del sitio.

  Se castigó por ese pensamiento y también por todo lo demás. (…) Son los años del duelo pospuesto, sin nadie con quien llorar, sin el descanso necesario para asumir la pérdida. Los años de la ficción. Porque eso es lo que Dolores hacía frente a su padre, fingir, ocultar el sufrimiento.” (pág. 142)

Una asume que son varios los factores que explican la imposibilidad de mantener una distancia total respecto a la obra, especialmente por la empatía de la que una no puede librarse como marmenorense que es (como otras tantas personas a las que se les oye decir: esto no es lo que era, con sus caballitos de mar, la alegría de niños y abuelos…). En cambio, la distancia temporal e incluso cultural ya es la que puede explicar que aún una no sea capaz de entender el valor de la fotografía de un ser querido que acaba de fallecer.

En un mes y poco comenzará la promoción, y estoy segura de que muchas serán las interpretaciones que brotarán de la lectura de Anoxia.

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