“La casualidad existe y se manifiesta más a menudo de lo que pensamos. Estamos educados en una mente newtoniana muy racionalista y creemos que todo efecto tiene que tener una causa clara. Pero esta teoría de la realidad no se inventó hasta el siglo XX, y fue porque tanto la ciencia, como la política y la sociología no tenían otra manera de explicar nuestra vida”.

Esta cita una la habría subrayado en cualquier circunstancia que hubiera conllevado la lectura del libro en cuestión, Los Modlin, de Paco Gómez, quien, para escribir este particular libro, entre otras cosas, recurrió especialmente a entrevistas de diferentes personas, entre ellas, Agustín Fernández Mallo, allá por el año 2007. Por casualidad (como no podía ser de otra manera), un amigo suyo, muy lector, se enteró de que este escritor, en la cresta de la ola con su primera entrega del proyecto Nocilla, le dedicaba algunas páginas en las que recreaba la vida de los Modlin, de quienes había sabido a partir del artículo publicado recientemente en la prensa en el que se hablaba de los enseres y las fotos tirados a la basura que habían pertenecido a esa familia. De ese mismo suceso se enteraba Paco Gómez poco antes gracias a alguien que lo llamó a sabiendas de su interés por los objetos de la basura y de las fotografías, pues Paco Gómez, mientras estudiaba ingeniería, trabajaba por las noches de basurero, aunque ni a una cosa ni a otra la casualidad le había llevado a dedicarse, sino a ser fotógrafo.
Cuando se hizo con esas fotografías en una calle de Madrid, durante diez años emprendió “una historia increíble rescatada de la basura”, que es el subtítulo de este extraño libro, sin adscripción genérica, pero en la onda de una parte de la literatura reciente, en los límites de la ficción, el reportaje, el cuaderno. Por eso, este libro no puede no venir acompañado de reproducciones de imágenes, ya sea de los cuadros de la fracasada pintora Margaret Modlin, ya sea de las extrañas fotografías de ella o de su familia, compuesta por su marido Elmer y su hijo Nelson o proveniente de Estados Unidos.
Así, aunque pudiera no parecerlo, sobre todo hace casi diez años, pues en 2013 se publicó este libro en una edición a cargo de Fracaso Books (¿paradójica casualidad?) aupado por el crowdfunding, el hecho de ir por la sexta edición ya en 2020 da cuenta de que ese libro ofrece un cóctel sorprendentemente delicioso, del gusto de lectores, fotógrafos, amantes del arte, curiosos, morbosos… De ellos nada sabía ni Paco Gómez ni casi nadie, a pesar de que el matrimonio Modlin siempre aspiró a la fama que, al final, solo ha llegado tarde y, cómo por, por casualidad. Tras todo ello, no obstante, se esconden otras tantas cuestiones, como la obsesión, la muerte, la familia, el arte, el poder de la fotografía, etc., ensambladas con un estilo sin alharacas, adecuado a un libro de estas características que, acertadamente, lleva de corrido por la lectura.
Confesaré que me lo he leído de una tirada, en una mañana, de tanto que atrapan fondo y forma. La verdad es que el hecho de ser día festivo (Ferragosto en Italia, día vivido y sentido con una emoción comparable a la navideña, aunque en el calor de agosto) ha permitido gozar de un oasis de lectura. Pensaba leerlo más adelante, pues este mes he andado enfrascada en otro tipo de lecturas (fundamentalmente estudios sobre la literatura del exilio republicano español porque, sí, en agosto no pocos profesores universitarios aprovechamos para saldar asuntos pendientes como es la investigación), lecturas que he ido salteando con otras de las que, de tan relajada, no había ido dando cuenta aquí, concediéndole vacaciones también a este blog.
Casualmente, los últimos días esa lectura alternada ha sido la de El libro de todos los amores, lo último de Agustín Fernández Mallo (Seix Barral, 2022), cuya reseña me lanzaba a redactar ayer mismo (ya saldrá), cuando no sabía que al día siguiente el autor sería citado en el otro libro que me esperaba y, además, hacerlo a propósito de una de las cuestiones que más me atrapa del arte/de la vida, como es esa improbable estadística que acaba cumpliéndose, el milagro de la casualidad, que me ha llevado a vivir y desear un «Buon Ferragosto».