«El gran bosque», de Marta López Vilar

Otro de los libros que he podido leer estos días es de esos que llegan a una en forma de regalo inesperado, pero no por ello azaroso. Me sorprende con él una pareja de amigos (española ella, húngaro él), que tiene el don de acertar con sus recomendaciones, pero también de retar, en este caso, con la poesía, que es un género que (confieso) dejo para las lecturas íntimas, caseras, informales.

Se trata de El gran bosque (Madrid, Pre-textos, 2019) de Marta López Vilar (1978), quien con ese poemario se hizo con el II Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, promovido por la Fundación Centro de Poesía José Hierro y el Ayuntamiento de Getafe. Es filóloga española, traductora y crítica, y ha publicado anteriormente libros de poesía, también premiados.

El título del libro se toma del lugar que justamente lleva por nombre “El gran bosque”, situado en una ciudad de Hungría, donde se instala la escritora. Quizá los subtítulos de las dos partes del libro condensan el estado de ánimo de esa estancia, que pasa de la sumisión en la oscuridad a la reconstrucción y el recuerdo de la luz y los sonidos: “Esto es la noche” y “La ciudad reconstruida”, con un “Epílogo y decir la nieve” como broche. Hay lugares, personas, artistas, costumbres, comidas: hacia a ello va la autora, aunque no sepamos de dónde viene y a dónde regresa. No obstante, intuimos otras latitudes, otras caras: las de los seres queridos. En ese intersticio húngaro prima la incomunicación, salvada bellamente por la creación a través de esos fragmentos poéticos. Una muestra sería este texto titulado “El fantasma”, que da cuenta del tono y de la composición pues, en realidad, tiende a la prosa poética:

“El día que apareciste era mediodía. Eras como tú eras: la mirada-nido. Era mediodía y el cielo se parecía a todo lo que nombrabas. Decías: helechos, norte, árbol, bicicleta. Sólo entonces el sentido. Sólo entonces mi sentido. Y se llenó mi mesa de pan y de manzanas”.

En los últimos tiempos me gusta especialmente leer a “los de mi edad” y descubrir nuevos nombres entre ellos, también del bando de la poesía, para, así, intentar conocer los bosques a los que nos empujan y en los que nos adentramos, el pulso de la escritura a la que abocan el interior y el exterior de uno mismo conjugados, aunque nunca logremos saber de dónde venimos y a dónde vamos en literatura.

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