Cuando se arroja luz sobre una zona, una acción o una persona normalmente situadas en plena oscuridad, quizá veamos algo que preferiríamos no haber visto. El lenguaje, el literario, puede ser esa luz que ilumine lo crudo, lo que el lector no está acostumbrado a leer: María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) nos presenta Sacrificios humanos (Páginas de Espuma, marzo de 2021) para evidenciar los sacrificios lectores que hay que asumir para, a veces, toparse con un buen libro de cuentos. El lector habrá de sacrificar su pudor, su comodidad, su sosiego, su digestión, su paisaje ante estos doce relatos (“Biografía”, “Creyentes”, “Silba”, “Elegidas”, “Hermanita”, “Sanguijuelas”, “Invasiones”, “Pietà”, “Sacrificios”, “Edith”, “Lorena” y “Freaks”), avalados por escritores y críticos como Marta Sanz o Jorge Carrión, y encabezados por una cita de una autora en constante referencia, Clarice Lispector.
No podremos esquivar ninguna biografía ante la que una voz narradora nos repetirá sin cesar que abramos los ojos (“Véanla”, se reitera en el primer cuento), como tampoco podremos zafarnos de aquellas biografías de niñas o jóvenes que conocen a unos supuestos buenos creyentes, a las que silban de tentadora y extraña manera, que se sienten las elegidas por feas o gordas o marginadas, que tienen una extraña relación con una hermana pequeña, que juegan con un raro niño adicto a las sanguijuelas, que tienen unos padres venidos de menos a más y de más a menos que creen ser invadidos por esos iguales que cree diferentes; pero ni siquiera podemos evitar las historias de mujeres que defienden ciegamente a sus hijos o a los hijos de sus señores, que no logran salir de un garaje después de angustiosas horas con su marido, que se atreven a mirar lo que hace el padre con sus hijas, o que se enamoran de gringos principescos devenidos en monstruos ebrios (siendo el último cuento el único protagonizado por un hombre, que es homosexual y que encontrará una solución extrema para tanta humillación).
Desgranado el argumento de los cuentos siguiendo el orden en el que están dispuestos en el libro, destacaré algunas notas del titulado “Hermanita”, que bien pueden dar cuenta del tono y la temperatura del resto de relatos. Es el protagonizado por Mariela, cuya vida desde el primer recreo en un colegio quedó “siempre al lado de las outsiders. De las outsiders de las outsiders. Puritita periferia”. A ella la conoce una niña, la narradora, que es gorda para disgusto de sus padres y que es utilizada como vicaria por una prima suya, muy delgada para satisfacción de su familia, puesto que: “Hay gente que nace para desarrollar el instinto maligno de sus parientes, su deseo de dominación, su perversidad”. Ahora son diferentes pero antes eran iguales, pues iguales eran sus cuerpos y sus actos inocentes, aunque, ya se sabe: “La edad de la inocencia es la edad de la violencia”. Al final, la violencia puede volverse contra uno mismo, especialmente cuando se juega, por ejemplo, con una ouija, que es a lo que les invita esa extraña Mariela para contactar con su hermanita.
Como se viene notando en los últimos libros leídos, especialmente los de cuentos, este género narrativo se está prestando a enfocar los claroscuros de personajes en esa transición entre la niñez y la adolescencia, especialmente los femeninos, al tiempo que no deja de reflejarse en ellos, cual espejo, el mundo no menos claroscuro de los adultos, entre ellos, las mujeres inmigrantes o dependientes de un marido, un jefe o un señor. La escritora moldeará los cuentos con diversos estilos, desde un párrafo de corrido a un diálogo casi completo en algunos de ellos, con repeticiones jadeantes y machaconas en otros no menos taladradores, con un estilo rotundamente claro y cincelado para unas historias oscuras y poco habituales en la literatura.
Estas son las historias humanas sacrificadas por una infancia inocente de la que se intentará sobrevivir el resto de la vida. Hay que tragar saliva para enfrentarse a esas historias que nos desagradan pero que nos ponen ante los ojos realidades en no pocas ocasiones relegadas a la periferia de los medios periodísticos y artísticos para satisfacción del buen gusto y el saber estar, algo que a veces hay que sacrificar, no obstante, para gozar de un buen libro.