Cuando una llega a un libro que va por más de diez ediciones tras apenas un año merodeando por librerías, en efecto, se da cuenta de que incluso las personas que se jactan de puntuales alguna vez pueden perder el metro y llegar tarde (en este caso, a las conversaciones sobre libros solicitados y polémicos). Una puede querer acudir a cierta fiesta cuando comienza a oír o leer bastantes críticas (en la línea de “estamos ante el excelente y arriesgado entrante de una joven autora española”), pero acaba haciéndolo casi en el último servicio de metro (cuando ya casi se han ido todos y queda el eco de las conversaciones en las que salen a relucir muchos palabros que empiezan por “neo” pero que no tienen nada que ver con la novedad de la escritora novel). Se trata de Feria (Círculo de Tiza, 2020), de Ana Iris Simón (1991), que se ha estrenado con un libro escrito desde la voz de su yo, una joven que, a punto de llegar a la treintena, desea contarle a un hijo recién nacido de dónde viene, que es un sitio cuyo nombre bien recuerda y repite, Campos de Criptana, en medio de La Mancha. Como la alusión velada a ese nuevo eslabón de la familia, llegará al final la recreación lúdica cervantina, y será a cuatro manos, las de ella y las de su tan querido hermano.
Porque en Feria hay una alabanza de aldea (que le ha valido a la obra ser encasillada en lo “neorrural”, aunque una no sepa muy bien qué es eso), que acaba entrañando una alabanza de la familia (que le ha valido, a su vez, ser crucificada como “neofasc…”, eso, que tampoco una se atreve a adjudicar a un libro como este). Aunque pueda parecer algo “kitsch”, esas loas se cantan en un homenaje a la feria, sí, esa feria que los nacidos como mucho en los años 90 asociamos con un tipo de vida de la que también formamos parte, sobre todo, en nuestra infancia. Lo hace desde el yo “moderno” de la autoficción (como si eso no fuese tan antiguo como lo rural… y otras cuestiones). Ese detalle sirve de gancho o imán para la búsqueda de la identificación por parte de muchos lectores que se habrán acercado al libro, una identificación personal y una asociación sociohistórica y económica que también por puede valerle a un libro un despegue meteórico pero también un aterrizaje forzoso. Ha podido resultar forzoso, quizá, por la osadía de citar, por ejemplo, a Ramiro Ledesma Ramos (lo cual, salvando las odiosas comparaciones, nos recuerda a otra autora poco mayor, Cristina Morales, con resultados… ¿de verdad distintos?).
El costumbrismo y el yo son los protagonistas también gracias a las fotos, detalle por el cual este sigue en la línea de otros tantos libros recientes (y que algunos críticos y estudiosos están señalando). Se busca y se encuentra un estilo propio y apto para la historia contada, estilo que avanza a veces en bucle, a veces con aires de espontaneidad, bajando a registros coloquiales y subiendo a reflexiones culturales varias. Todo ello hace que una a veces se acerque y a veces se aleje, en un movimiento como de acordeón, o como de ola, a la “filosofía” (por no decir ideología) de esta obra. Se lee con ligereza y con curiosidad, como buscando reconocerse en alguna de las caras de esos retratos, pero no con menos reticencia, como evitando acabar identificándose con lo que ve en tanto espejo.
Y, sin embargo, no deja de ser un libro, y no otra cosa, lo que puede llevar a una persona a encararse a/contra sí misma.
