De diarios y viajes

Varios caminos me han llevado últimamente al diario y al libro de viajes.

Gracias a la tesis in fieri de una doctoranda y también a las clases de crítica literaria tanto en el grado como en el máster, me vengo interesando en los diarios. Me he acercado a la explicación teórica-histórica que permite explicar en qué momento el diario pasa a convertirse en literatura o, más concretamente, en género literario. A los inexcusables estudios extranjeros se han sumado otros del ámbito español, entre los que se puede destacar el de A. Luque Amo, El diario literario: poética e historia (Peter Lang, 2020). Pone el foco, lógicamente, en el diarista español contemporáneo por antonomasia, Andrés Trapiello, mientras que una se ha fijado, entre otras cuestiones tratadas en el libro, en las referencias a escritoras de diarios en español. A la consagrada Rosa Chacel se suma la inexcusable Laura Freixas y, también, la anecdótica Concha García. Basta con saber sumar para comprobar que sobran dedos de una mano. En tradiciones extranjeras relucen Virginia Woolf, Silvia Plath o Anaïs Nin, pocas pero buenas, muy buenas, reconocidas autoras de diarios. Este detalle tampoco ha pasado desapercibido para críticos españoles como, por ejemplo, Jordi Gracia, atento al buen momento de la escritura de diarios en nuestro país, tal como demuestra en un artículo publicado en El País en junio de 2019, donde también alude a Chantal Maillard y Elvira Lindo. En efecto, en nuestro país apenas hay tradición y, por lo tanto, se carece de esa referencia, de ese norte al que dirigirse en el trazado de un camino propio.

La ausencia de faro también es la tónica del libro o, si se quiere, el diario de viajes, otro tipo textual sugerente como encrucijada de géneros que en un momento de la historia se convierte en un objeto literario. La referencia actual en España puede ser Patricia Almarcegui, profesora, estudiosa de los libros de viajes y, también, cultivadora de este género. Leemos en Escuchar Irán (Newcastle, 2016):

“Posiblemente la dificultad más grande de una mujer es dónde y en quién mirarse cuando emprende un viaje. La literatura de viajes se caracteriza por la reescritura. El itinerario se prepara con los libros de otros viajeros. Los lugares se conocen previamente gracias a sus relatos y se siguen las huellas y señales de libros anteriores. El destino deja de ser un texto que hay que descifrar para convertirse en un viaje por lecturas pasadas. (…) No se ve, sino que recuerda, no siente, sino que proyecta lo que ya conoce. (…)

Esta es la gran dificultad de la viajera: transitar por un camino sin huellas, vivir sin antecedentes previos. Viajar a oscuras y reinventarse a lo largo del camino. Por esa razón, Lady Montagu no cita a ninguna mujer viajera en sus cartas (…). Sin embargo, no habrá viajero, pinto y filósofo que vaya a Oriente y que no cite a Lady Montagu en sus libros.”

Una se compromete, pues, a continuar preguntando y preguntándose por qué a día de hoy en nuestra literatura apenas podemos leer a escritoras de diarios, y, entre ellos, los de viaje.

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