«La familia», de Sara Mesa.

Me hace feliz compartir aquí mi primera reseña como crítica literaria en La Verdad, en concreto, en la sección «El libro de la semana de Ababol» dentro de su suplemento cultural los sábados.

https://www.laverdad.es/ababol/libros/creacion-universo-literario-20221008222858-ntvo.html

Aunque los temas de la literatura y el arte tengan algo de eterno o inalterable, críticos (y) lectores observamos sin dificultad que pueden ser muy maleables o moldeables al calor de los tiempos. En paralelo, aunque la familia posea algo de ineludible o de impuesto, constatamos todos que ese concepto de comunidad humana no es sino cambiante, interpretable en cada tiempo. Así, que el tema de la familia no resulte ajeno a la literatura desde que es literatura se evidencia con una mirada veloz a la historia occidental del libro: baste pensar en la familia odiseica (con Ulises, Penélope y Telémaco), en la familia bíblica (la “sagrada familia” de José, María y Jesús), en la familia del teatro moderno y contemporáneo (con sus macbeths, bernardas y madrescorajes) y en otras tantas familias de la novela del siglo XIX a esta parte. Entonces, cuando Sara Mesa decide no dar otro título que el de La familia a su última novela, es capaz, como acostumbra con su estilo, decir todo y, al tiempo, decir nada.

Con ese título bien podría referirse a cualquier familia que pudiera asemejarse mucho o poco a la retratada, compuesta por Padre y Madre (así anonimizados en gran parte de la novela) y sus hijos (por este orden de edad, Damián, Rosa y Aqui, a los que se suma esa “palomita suelta” que representa Martina en esta historia). Todos ellos conformarán un personaje colectivo para esta novela coral en la que participan, también, algunos vecinos del edificio en el que viven, cumpliendo con que, en términos literarios, al personaje de la familia le corresponde el espacio de la casa (bien llevado a la cubierta de este libro). Las metáforas espaciales cobrarán especial relevancia en la historia de esta familia (como la de la cueva), así como el contraste entre el interior y el exterior. Sobre la simbología representada por la casa se pueden hallar sugerentes detalles en el Diccionario de símbolos de Cirlot o en La poética del espacio de Bachelard, entre otras aportaciones que, en general, están al alcance de los lectores y que, en particular, he podido manejar para estudiar la literatura de Sara Mesa, por ejemplo, analizando su atino para idear y construir los espacios o para adecuar y ahormar los géneros literarios.

En La familia reverberan temas, personajes y tratamientos de otros textos de la autora, como su novela precedente, Un amor (en la que la casa desempeñaba una función relevante al igual que, precisamente, la ausencia de familia), su último ensayo, Silencio administrativo (en el que se trataba el sinhogarismo, en concreto, desde la voracidad burocrática contra el ser humano), o incluso el que podría considerarse su último cuento, “Tríptico familiar” (el que se publicaba en el primer número de la nueva etapa de un suplemento cultural español en enero de este año y el que se retoma particularmente en el capítulo “Aqui en siete fragmentos”). También sus lectores se reencontrarán con la reveladora presencia de animales (cuestión merecedora de análisis): con el perro “Poca Pena” (cuyo nombre, además, sirve para titular uno de los catorce capítulos de la novela) o con metáforas y símiles utilizados para retratar a los personajes (por ejemplo, a través de lobos y ovejas). Igualmente, se replantearán interrogantes sobre la autoridad y el poder, la responsabilidad y la culpa, la apariencia y la verdad, la soledad y la convivencia, todo lo cual atraviesa debates como puede ser el de la educación hoy en día. En los detalles se concentrarán los matices pues, como se puede comprobar en La familia, “lo pequeño es grande” (pág. 67). Ya se sabe, la literatura está plagada de revelaciones y secretos (o de “puntos ciegos” y de “rendijitas”, como los del primer y último capítulo del libro). A esta casa de ficción de Sara Mesa, de hecho, también podemos acceder mediante una llave o clave metaliteraria.

A entrar en la casa y a la historia de esa familia no seremos invitados sino empujados. Eso consigue la voz narradora del primer capítulo dirigiéndose en el primer capítulo a la segunda persona del lector: en primera instancia, se adentrará en ella a través del sentido de la vista de manera que los ojos, con lo que ven y dejan de ver, habrán de estar alerta durante toda la novela. Cuando ya estemos dentro de la casa y del relato (nótese la identificación), será el sentido del oído el que se habrá de agudizar, y con él, toda distancia, la única que podrá salvarnos de las redes manipulativas del lenguaje: en el segundo capítulo asistimos a una escena en la que alguien dice eso de que, si no tienes nada que esconder, no necesitas poner un candado a tu diario, ni a tu puerta, ni a tu vida. Así es el lenguaje que Sara Mesa moldea sin alharacas y con rotundidad, así es la literatura que la escritora construye sumando perspectivas y alternando tiempos y espacios. Eso es lo que le decía a la recién llegada Martina el personaje del padre, sobre el que se configurarán las constelaciones de la familia y el que protagonizará la soberbia escena final de La familia. A él no le gustan muchas cosas, entre ellas, los refranes; pero, ya lo sabemos, los trapos sucios se lavan en casa.

Bien lo saben quienes han leído cada una de las obras de Sara Mesa (incluido su primer y único libro de poesía o sus libros iniciales, difíciles de conseguir a día de hoy, por lo que podremos permitirnos sugerir su reedición). El reconocimiento de los lectores, en este caso, ha venido acompañado del respaldo de tantos otros críticos. Y todos podemos estar de acuerdo en que, con la novela de La familia, Sara Mesa definitivamente ha creado su casa de ficción, su universo literario propio.

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