Si te atreves a entrar en un árbol hueco…

No es la primera vez que escribo sobre Manuel Moyano: mencionaba en un post anterior mi reseña sobre La hipótesis Saint-Germain, aunque hoy mismo he podido leer -no en una pero sí en dos sentadas- el libro de viajes que acaba de sacar del horno, La frontera interior. No obstante, esta sí será la primera que lo haga sobre un relato escrito para lectores niños, La colina del árbol hueco. Editado por la editorial murciana Alfaqueque a finales de 2021 y acompañado por ilustraciones a cargo de Fco. Javier García Hernández (al césar lo que es del césar), tampoco es la primera ocasión en la que el escritor se lanza a la literatura infantil o juvenil.

En este libro vuelve a hacer alarde de una de sus mejores virtudes: conjugar sin estridencia alguna la verosimilitud con la más alta fantasía. La colina del árbol hueco comienza con el tradicional recurso del marco, marco que se retomará al final para cerrar el relato: un misterioso anciano se planta ante la casa de un narrador, el encargado de compartir a lo largo de las siguientes páginas la extraña historia que aquel le ha desvelado, la que vivió de niño. Este, junto a un grupo formado por otros niños y una niña, viven una experiencia insólita que sucede cuando se aventuran a adentrarse en un árbol que, por ser hueco, atrae los rayos del cielo: en los sucesivos breves capítulos veremos cómo, primero uno de esos niños y después algunas personas mayores, viven las consecuencias, que no son otras sino las de haber perdido su sombra.

Por experiencia sé de lo milagroso que es el momento en el que los niños o las niñas descubren que son acompañados de una sombra, que esta se mueve cuando se mueven, que la sombra le persigue cuando corren, y que, además, lo hace en espejo, “al revés”. Pero, ¿qué sentiríamos los mayores si un día nos despertamos sin sombra, sin compañía, sin reflejo?

Lo cierto es que, por unos u otros motivos (desde los docentes a los puramente personales), es raro el periodo en el que me haya alejado de ese tipo de literatura, que pone sobre la mesa no pocos debates merecedores de una reflexión crítica: temas, cánones, calidades o, incluso, censuras. Pero no menos cierto es que Manuel Moyano viene a confirmar aquello que sentenciara Miguel Delibes: “escribir para niños no es escribir para tontos”.